Hola,
¿cómo estás?
Puede
que el presente escrito se presente (ojo, la acepción de la palabra es distinta) parecido en
su contenido a otro ya publicado. Pudiera ser también que este tema dé para más
de un comentario. Sea como fuera, uno, en la pretensión de creer en una cierta
fidelidad hacia sí mismo, observa desde otro ángulo de miras, y en muchas
oportunidades con dolor, al epidémico comportamiento de sus semejantes.
¡Hola!,
¿cómo estás?
Sí,
la conversación se comienza, casi inexorablemente, con una pregunta sobre el
estado de salud del tertulio de turno, su familia, trabajo, y extendiéndose en
ocasiones a situaciones más lejanas que lo que mide el círculo íntimo del
aludido. Esto es “costumbre”, y “de buena educación”.
Decíamos
que así se comienza una conversación, y esa es la verdad. ¡Estamos, de esta
manera manifestando nuestras propias dudas sobre el estado de él, o los otros!
Nuestra
incertidumbre ha labrado tan profundo este hábito, que se practica en forma
ritual. Es uno de los tantos programas que protagonizamos dentro de los cuales
no se analiza el porqué, solo se ejercita.
Si
nos detenemos unos instantes en pensar que encierra la obligada pregunta, nos
encontraremos aguardando una respuesta que expone impúdicamente el estado del
otro. Ante un elemental razonamiento veríamos que es ésta una intromisión del
todo incorrecta. Pero no lo analizamos, seguimos dentro del programa, y nadie
lo toma a mal, ni es motivo de indiscreción.
Pero
existe algo más profundo alojado dentro de esta costumbre: el explícito reconocimiento
de que solo el azar indicará que es posible “estar bien, o mal”, y que a
nosotros “nos interesa” saberlo antes de comenzar cualquier dialogo. Como en el
encuentro recibiremos la misma cortesía, nos cabe idéntica sospecha proveniente
del programa de la otra parte, ¡y hasta puede qué nos caiga bien!, ¡esto revela
un sano interés, y buena educación, de parte de nuestro interlocutor!
¡Tan
difundido está este hábito, que ha ampliado sus aplicaciones y se lo escucha
emitido como saludo al pasar entre dos individuos que se cruzan en la calle! Siendo
de destacar que ambos siguen con su camino, y sin esperar respuesta.
Más
allá de las sonrisas que estos ligeros comentarios puedan provocar, se asoma
tenuemente la delicada realidad tapada por la costumbre: Distraídos, convivimos
en un mar de confusiones poblado de incertidumbres de tal magnitud, que no
logramos saber, ni siquiera sospechar, nuestro propio estado; cuanto menos el
de los demás.
Filemón Solo
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