Los amigos
Mitos y más mitos sobre este tema, la irrealidad en
que vivimos está sobradamente poblada de ellos. Pareciera que ante la cobardía
de cavar en lo profundo, fabulamos sobre un presente apenas tocado por algunas leyendas
culturales de un dudoso pasado de superficie.
El amigo entrañable, el tipo que te saca de apuros, y digo apuros, ese
con quién compartís todo, y siempre te guarda en prioridad ante la “mina” de
turno, se pierde en los relatos inválidos y floridos de narradores imaginativos,
rescatistas lineales de la ilusión.
El arquetipo no existe.
El amigo, sin comillas, responde a una relación intermedia en la cual
vos (y no tú) volcás (y no vuelcas) un porcentaje cualquiera de los
acontecimientos de tu vida, y él hace otro tanto. Hasta ahí nomás.
Es posible que en tus comienzos, gloriosa época de la inocencia
juvenil, hayas supuesto que tus amigos responderían en un todo a una
confraternidad libre de competencias y saturada de fidelidad. Sí, es posible
que más tarde, entre discusiones donde el filo de un comentario inoportuno
sangró tu fe, donde hayas visto miradas de codicia dirigidas hacia la chiquita
que tenías en trámite de levante, o alguna indiscreción impensada, te hayas,
entonces, retraído como palpados cuernos de caracol. Hasta es posible, que
hayan sido varios más los desengaños que te costara el darte cuenta de los
ambiguos límites de la amistad.
Claro que compartirás momentos gratos, picardías que serán harto
repetidas, y festejadas algunas décadas después, la secreta complicidad de un
préstamo que te ayude en alguna eventualidad, pero lo profundo de tu interior,
tus íntimas dudas, las grandes preguntas de tu existencia, no, eso nunca.
Lo lamento, amigo mío, la
verdad es que estás solo. Pero lo peor no es eso, lo peor es que así seguirás.
Filemón Solo