"La democracia es el peor sistema de
gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás".
Sr Wiston
Churchill
"La dictadura se
presenta acorazada porque ha de vencer. La democracia se presenta desnuda
porque ha de convencer!.
Antonio Gala
(1930-?)
Dramaturgo, poeta y novelista español
"El elector goza
del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros".
Ambrose Bierce
(1842-1914)
Escritor estadounidense.
"La diferencia
entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes
votar antes de obedecer las órdenes".
Charles Bukowski
(1920-1994)
Escritor estadounidense.
Digamos que, siempre nos resulta ilustrativo y es cuestión en uso, el
ejemplificar una idea con una imagen de archivo, digamos, decíamos, que es algo
similar a una red. Una red que está mucho más acá de esa conexión sutil que a
todos nos vincula, y posee una estructura inalienable que nos viene incluida y
que se relaciona con el propio origen de la civilización como ensayo de
colectivismo. Desde luego que se trata de un inmenso error, algo tan grande y antiguo
que por propia extensión y permanencia hace casi imposible su visualización. Es
el caos organizado que, al ocuparlo todo, no se logra establecer su existencia
dada la imposibilidad de comparación con un sitio donde no se lo encuentre.
Es un elemento antropoformo, claro que no por su aspecto humano, sino a
causa de que estos, los humanos, son su exclusiva ingesta y sustento. Nuestra
energía lo mantiene rozagante y pletórico de fuerzas como para continuar
expandiéndose en todas las dimensiones; aún en la nuestra, interna y privada.
No siempre es perceptible su accionar,
sus métodos van desde la burda actuación agresiva y avasallante, al más crónico
y camuflado acto de anestesiado vampirismo. Siendo este último el que resulta
más común y caro a sus gustos.
Pero,
lamentablemente para la especie, se encuentra cubierto por una tétrica neblina
que lo mantiene oculto a los ojos de la común inteligencia: el patético
costumbrismo. Pocos son aquellos que logran visualizarlo en su verdadera
dimensión depredadora. Pocos los “marginales” que observan aterrorizados como
el monstruo succiona un porcentaje de cada dinámica humana.
El
simple transito de un vehículo, el mero sencillo paso de un caminante, como
casi todo acto cotidiano, le otorga un beneficio. Se encuentra anhelante,
babeante en su codicia, aguardando el momento en que el neumático deba ser
reemplazado o el calzado deteriorado suplido por uno nuevo.
Está
presente en la mesa familiar, en el medicamento que por su causa se debe
ingerir, y hasta en el cuarto de baño. Se nutre de la aspiración del humo del
tabaco, pero también del lápiz labial que un beso amoroso hubo borrado. De cada
cosa perecedera, así como de cada intangible servicio que el hombre, por él
servilizado, necesita para vivir. El nombre de cada niño recién nacido, que un
emocionado padre inscribe, lleva su impronta. Así como lo hará más tarde el
enlace matrimonial del joven, y sin dudas, sus exequias.
Dentro de su congénita deformidad,
guarda un lugar preferencial para los inescrupulosos que hasta allí lograron
encaramarse. Son sus pálidas cabezas visibles, que de las otras también las
hay, y ofician de dicotómicos directores de juego.
Descuidando
la sana costumbre de bendecir los alimentos, nos maldicen salpicándonos con el
espumarajo de sus gritos en la mentira de la diatriba. Pequeños muñecos de
barro a los que la inconciencia de unos muchos ha otorgado cierta vitalidad, y
a cuyos embustes y componendas, sus circunstanciales creadores hacen sordos sus
oíos. Pero, al abrir los ojos desaparece la ceguera voluntaria, y de esta forma
la malformación de los tuertos dejaría de ser un mérito.
Tal
lo ya afirmado, la falta de límites de esta “cosa” lo alcanza a uno en
cualquier sitio en que decida radicarse, y su poder termina solo allí donde lo
hace la vida del damnificado. Por supuesto que esta muerte no redime a su
progenie ni a ningún otro congénere. Todos, y cada uno, deberán continuar con
su vasallaje. Claro que “sufrimiento que no se nota no produce dolor”.
Filemón Solo