sábado, 3 de agosto de 2013

DE UN VIEJO RECORTE


Buscando, como otras tantas veces, algún elemento, por mí “guardado” para un uso futuro, se me presenta este viejo recorte de periódico del año 2008, uno de los muchos que solía hurtar en mis ratos de “café informativo”, cuyo título volvió a golpearme la atención con nuevas fuerzas y profundo horror, instándome, ahora sí, a hacer “ese algo” que a veces sentimos ante novedades de magnitud tal, que rompen nuestra habitual molicie, esa que ya no reacciona ante cualquier sorpresa menor a 6 grados en la escala de Richter.

Diario “El País”, 06/03/08, Montevideo

Más suicidios en el mundo que muertos por guerras, terrorismo y homicidios.






Veamos: en las guerras, se matan unos a otros por motivos varios, o sin ellos, el terrorismo asesina a inocentes con el único objetivo de hacerse notar y ganar posiciones que los acerquen a sus utópicos destinos. En ambos casos, el móvil es destruir vidas ajenas -cuantas más, mejor- en uso de una monstruosa patología humana.

El sistema reacciona ante estas anomalías, casi siempre a posteriori, y muy pocas veces en prevención de los hechos. Pero reacciona, reconoce la infamia y procede en consecuencia, y de acuerdo a su mejor criterio.

Sobre esto, me reservo la información (imprecisa, claro está) de cuál sería el destino de las víctimas. Porque “los muertos” siguen sus vidas, arrastrando los traumas inherentes al hecho terrible que los sacara imprevistamente de su estado de consciencia.

 “Los muertos que tú has matado gozan de buena salud”, del Don Juan Tenorio de José Zorrilla”.

 
Volviendo al tema en asuntos: Hay, aquí, en nuestro mundo, mayor número de personas dispuestas a abandonarlo ejecutándose por mano propia, que aquellas que parten imprevistamente a causa de actividades asesinas realizadas por terceros.

Acordemos que algo está muy mal. Sí, muy mal, desde el momento en que estamos comparando malo con peor. No obstante, el autor de la nota, toma al conjunto de “muertos” en forma violenta, y encuentra a algunos que han sido víctimas de sus semejantes, en tanto otros, la mayoría, fueron víctimas también, pero de sí mismos.

 
La mujer y el hombre nacen, en la inmensa mayoría de los casos, por propia decisión, sabiendo de antemano a qué pruebas se han de someter, y poseyendo un bosquejo de lo que podría ser su vida, según de lo que se provean y dispongan –lo recuerden, o no-. Pero jamás podría ser alternativa el quitarse esa vida que para su perfeccionamiento le fuera otorgada. Esto es interrumpir los tiempos de su desarrollo evolutivo, cosa que, intuitivamente, sabemos, no corresponde al proyecto previamente elaborado por… nosotros mismos.

Se sigue que un obstáculo de enormes proporciones hace olvidar al suicida el derrotero de su hoja de ruta, arrojándose al abismo, en la suposición de que eso pondrá fin a su dolor.

Acordemos que algo está muy mal.

La víctima de un asesinato, no está preparada para un intempestivo cambio de estado. Es comprensible entonces, que luego del evento que lo sacara abruptamente de su contexto, se sienta desorientada y necesitada de guía y ayuda en su nuevo medio.
Pero nadie, en buen uso de su razón, debería dejar su vida para abordar un tren, ignorando cual será su recorrido, y donde este ha de terminar.

Al suicida se le hace imposible sostener su situación. Llegó al límite de su tolerancia, los sentimientos (¡ay Dios!) lo poseen y no soporta permanecer en ella. Solo desea que todo termine y obviar este presente, que amenaza proyectarse a un futuro de sufrimiento imposible. Solo sale disparado de su cuerpo con la insensata esperanza de dejar junto con él, toda pesadumbre, pero el tren al que se monta regresará, irremediablemente, al punto en que fue abordado; mismo donde el ignorante pasajero deberá volver a pasar por similar situación, tantas veces, cuantas le lleve entender cómo resolverla sin intentar huir de lo que hubo generado.

Nada es igual a nada (en ambas acepciones del término), ni ninguna situación será copia exacta de otra; menos aún la forma y medida en que afectará a cada personalidad. Por esto, hay casos en que suponemos "suicidas" a gentes que, en realidad, no son tales. Todo es cuestión de proporciones; y me refiero al grado de la puntual intencionalidad en quitarse la vida, esto sobre un contexto de: falta de cordura, sacrificio en un supuesto bien ajeno, desequilibrio neuroquímico, enfermedad terminal, etc.

Pero, ¿qué hemos hecho de este mundo en el que existen, sin atenuantes, tantos inútiles intentos de deserción?, ¿cuánto padecimiento, rencor, y miedo se construye en vida, para ser liberado luego en el cuerpo emocional del planeta?, ¿es qué no notamos que esto va a contramarcha de nuestro giro evolutivo, qué a todos perjudica?, ¿es qué el supuesto  fracaso de nuestras mundanas gestiones laborales, económicas, o sentimentales nos transporta a estados tan extremos?, ¿Cómo es posible que otorguemos a estas circunstancias un valor tan grande, capaz de determinar el abrupto corte de nuestras vidas?

Escucho respuestas, yo encontré las mías. Pero no sin antes padecer una larguísima, terrible experiencia de grado extremo. Cierto que ya sabía que cada ronda debe ser completada, qué no hay salidas de emergencia.

                                                              Filemón Solo

 

 

 

 

 

 

 

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