Veamos, y para ver en orden comencemos por la mañana, en
ese momento en que el protagonista de “ya pasados hace rato los sesenta” se
levanta de su cama. Seguramente lo hace más temprano que en las dos décadas
anteriores, la mayor parte de las veces para realizar actos que bien pudiera
efectuar en las horas que siguen. Primer recordatorio.
Inmediatamente comienza a sentir, sí, a sentir que le
duele la espalda, o cualquier otra cosa, que lejos de incorporarse con un salto
lo hace lentamente, tal se lo recomendara el médico, y su primer pensamiento es
para alguien que ya no está. Por la causa que fuera, pero ya no está. Segundo
recordatorio.
Si bien casi seguro ya ha visitado el cuarto de baño
durante la noche, ahora, en la mañana se permite mirarse en ese espejo que solemos
tener allí colgado. No, nada diremos sobre la opinión del observador acerca de
esta imagen, pero es el tercer recordatorio.
No se sabe bien el motivo, pero casi todos los que hasta
esa edad han llegado, desayunan en soledad aunque vivan en compañía, y durante
esta colación ¡meta máquina! Maquina y vapor, por los que no llamaron en el día
anterior, por no tener a quien reprochar la falta de llamados, por la boleta de
algún servicio, o por que le falta alguno de ellos. Y sobre faltas, motivos no
faltan, jamás podrían porque se construyen allí mismo. Aunque lo disimulen, lo
que realmente falta es optimismo, mismo-opti que antaño solían lucir a esas
horas. Cuarto recordatorio.
Para quien las realiza, las tareas domésticas tomarían el
quinto puesto en el ranking a causa de “ese” malestar <que ya no me
permite..>, pero dejémoslo ahí, y que cada cual se lo ponga si es de su
medida.
La salida a la calle es otro asunto. En esto no hay forma
de engañarse, se camina lento, se conduce lento, y en ambos casos con lentes
recetadas. La forma en que los más jóvenes los observan se evidencia ante
apelativos con connotaciones cronológicas, tales como “abuela/o”, “don/ña” u un
simple “señor/a”. Las cuadras miden doscientos metros y los cruces de las
esquinas tienen ocho calles. Quinta conmemoración, y aún no hemos comenzado a
tratar el día propiamente dicho.
Seamos sinceros y ahorrativos: a estas personas les
molesta su cuerpo físico, tienen la emoción desgastada, y están notando que su
mente suele escaparse para donde se le ocurre, o peor aún, hacer abandono de
trabajo sin previo aviso.
Ahora a la frase que encabeza esta nota. ¿Vamos, o, no, a
hacer algo al respecto?.
Si me responde que nada se puede hacer, ya tiene su
respuesta.
¡A mí que me importa que se diga que el asunto es
inevitable y demás tonterías apoyando un statu quo que a esto nos ha llevado¡
Tampoco me importa que me consideren demente. Si hace un
poco de memoria son ellos, los locos, los que han tenido razón. A ver que le
dicen nombres como Copernico, Galileo, Colón, Gandhi, y el mismo Jesús. Todos
locos, locos para los “cuerdos” de su época. Pero sí que tenían la verdad que
afirmaban poseer.
No, por supuesto que no existe “peso ni volumen” para
comparación alguna con los nombres en ejemplo. Están en marras solo para
demostrar que lo que se afirma “en todos lados” no tiene porque ser “la
verdad”.
Bien, usted no tiene
en su cuerpo (para aludir solo a lo físico) ninguna sustancia o elemento que lo
induzca a desgastarse. Por el contrario, el organismo humano posee una
organización maravillosa que hace que periódicamente sus células se renueven.
Todas ellas, de forma tal de “ser otro” cada pocos años (o solo días, en caso
de algunos órganos).
¿Qué hace que las nuevas tomen las características
decadentes de sus ancestros celulares? Nada, no existe nada físico que lo
motive.
Hay una teoría dando vueltas, pero, según creo, pronto
dejará de hacerlo para convertirse en certeza. ¡Pero usted no espere a que el
sistema consienta en que puede ser más joven, con la edad que sea! Esta teoría
enuncia que uno envejece (cuidado, no estamos hablando de inmortalidad) solo
porque CREE QUE ASÍ DEBE SER.
¿USTED QUÉ CREE?
¿Yo?, visto los tremendos errores a que hubieron arribado
ciertas mentes preclaras del pasado, jamás me creo aseveración alguna. No
estamos en condiciones de proyectar ninguna certeza hacia el futuro, por lo
cual no permito que cualquier sapo, por más “evidente” que se muestre, me salte
a la boca con el argumento de que “siempre” (¿qué siempre?) fue así. Claro que
no.
No caeré en la prueba autorreferente, pero, en aras de un
mejor futuro, debería creerme que esta actitud me ha dado grandes resultados;
aún a los…, bueno a esta incierta edad.
Filemón Solo