lunes, 27 de febrero de 2012

PENSAMIENTOS

El mejor remedio para el soberbio es buscar su estatura en el universo

No hay peor lugar para observar la vida, que el propio punto de vista

Por simple definición, una relación que llena un vacío, es una prótesis

En el amor, como en los ángulos, los opuestos deberían ser complementarios

sábado, 25 de febrero de 2012

ALGUIEN EN LA ESQUINA

¡CUIDADO!
Este cuento ejercita el pensamiento lateral, cierto que cargando un poco sobre el "lunfa porteño". Solo una chanza, sepan tomarlo a bien (a los porteños refiero).
Si no estás dispuesto a leerlo más de, digamos...unas tres veces, no lo hagas ninguna.
¡Ánimo, vos podes! (Tu puedes)
Si no se entiende, dejalo ahí

Alguien en la esquina

Rojo de cabeza y cuerpo, pies negros profundamente adheridos al piso, ese de baldositas acanaladas color amarillo sucio. Quietito en la esquina siempre observando al comercio que tiene enfrente, su expresión boquiabierta se debe a una insaciable espera de correspondencia. A lo que el tipo, sobre él apoyado, deduce que ambos se corresponden y, aunque realmente nada tienen en común en su aspecto, algo más que la espera los asemeja. Los dos con pilcha de laburo, uno con uniforme del correo, el otro de tragedia y corbalan. Uno y otro plantados en la esquina; esa estación donde las calles dibujan una cruz, la intersección de dos líneas que determinan un punto, el imaginado punto de reunión.
El tipo cambia de postura y, siempre apoyado en el buzón, observa la otra calle por donde nadie viene. El boncha que se acerca nota que alguien lo está aguardando junto al buzón de la esquina.
Algo emocionado alguien le dice que a nadie esperaba, por lo que le alegró verlo venir por la acera. Como los hombres no se besaban, nadie le da afectuosamente su mano derecha en espera de que alguien se la devuelva.
El tranvía 84 (que viene de Villa del Parque, en tanto el término, lo hace desde el ya en desuso “trainway” y que en porteño debe pronunciarse “tranway”. Queda dicho)  pasa frente a la esquina luciendo un nuevo letrero publicitario que reza: “El Yo Pecador”. Situación esta, que a nadie conmociona, y alguien pareciera (mejor: pareciese) sentirse tocado. Como nadie vio que alguien fuera, o fuese, solo algo tocado la cosa no pasó de ahí.
Hete aquí que un irrefrenable deseo de desalojar pipí le acomete a alguien (nada de “hacer”, porque hecho ya está) y, no teniendo un escusado donde verter ese contenido, contenerse ya no puede, y pide al otro que lo mire. Justo al momento en que, ahora marcha atrás, vuelve el mismo 84 que antes pasase (solo para variar), respondiendo a un cambio en la polaridad de la cc que lo alimenta y repleto de pasajeros. Como todo es pasajero, tanto da el sentido siempre que la dirección sea la correcta. De cualquier manera alguien procede de acuerdo con su deseo, tranquilo sabiendo que nadie lo mira, y el cartel del tranvía rodaceP oY lE :azer.
El comercio, con frente a la ochava, al buzón y, eventualmente al 84, cualquiera sea el sentido en que este último circulara, u otro, luce, precisamente en el frente, una inscripción que define su ramo: “GENERALES”. Ahora bien, como los uniformados de cinco estrellas nunca le dieron pelota, sus propietarios decidieron comercializar aquello que el cliente solicitara, y dejaron el letrero. Con pretensiones de tomar algo, nuestros protagonistas ingresan al local por la puerta del frente, situada en su frente, que da frente al buzón, al 84, etc., y etc. Detrás del mostrador la esposa del dueño, con cuyo posible futuro fallecimiento (el del tipo) por muerte natural, o a manos de terceros, pero no así por las propias de ella, esta heredaría el otro 50% del establecimiento, monta guardia. Bueno la que monta guardia es la jermu del trompa. Al ver a los extraños que ingresan, tal vez, quizá, por la falta de costumbre en estas experiencias, guardia se encabrita arrojando de un corcovo a la jermu del trompa al jocara. Feliz ocasión oportunamente aprovechada por los que fueran, o..., antes de ahora, recién llegados, para solicitar sendos cortados half and half. Por falta de sendos, la buena y caída señora, tiene a bien servir dos pequeños cafés con leches, en similares proporciones de ambos componentes. Cosa que logra, no sin algo de esfuerzo, arrastrándose, ida y vuelta, hacia y desde la cocina.
Relajado como nadie, este mismo bebe en ese estado su infusión adulterada con lactosa en polvo; y, a causa de ese estado precisamente, es que se vuelca el contenido del pocillo sobre de la carta que le enviara La Caja, instándole a realizar el depósito del ahorro del pasado mes. En vista de que alguien, que entrara junto a él, pero no simultáneamente, al negocio por la puerta del frente, que da al frente, frente al buzón, al indeciso 84, y demás, se encuentra muy entretenido tratando de calzarse un par de sandalias rojas con taco aguja que la jermu, desde el suelo, insiste en que hacen buen juego con los zapatos de charol que el tipo guarda en su caja original bajo la cama, aunque estos carezcan de tacones, (¡puf!) se manda también el feca de alguien.
Concluida la gestión que a ese sitio los llevara, retíranse del lugar, no sin antes polemizar airadamente con la futura posible heredera de la propiedad, y fondo de comercio, quien, a estas bajezas, (recuérdese que andaba por los suelos) insiste en el cobro del valor correspondiente a los cortados, argumentando qué, si bien nadie los consumió, alguien debe pagarlos.

Emotiva despedida en la esquina, en la que nadie reclama su mano derecha y alguien la estrecha en tanto la devuelve. Finalmente –piensa-, “los leones” solo tienen dos sillosbol.


                                                            Filemón Solo












miércoles, 15 de febrero de 2012

POR UNA BARBA

La vista a través del cristal del local caracteriza la imagen de pueblo de llanura: la calle principal, la plaza con su arboleda, y sobre ella el campanario de la iglesia católica (apostólica y romana) asomándose con su habitual agudeza.
Quizá porque desde la acera de enfrente la carencia de construcciones no limita el panorama, tal vez por un mero costumbrismo, lo cierto es que en alguna esquina del otro lado de la calle, inevitablemente se encuentra una coqueta confitería, un típico café, o un simple y sencillo bar.
Para este caso, en la coqueta confitería, un hombre aguarda el resultado de su apuesta a la esperanza.

-Diez minutos de atraso eso es lo prudente, un mayor lapso de tiempo significaría desinterés, o quizá otorgarse un valor extra sobre el que espera-. Esto me decía ese tipo que siempre me habla, aunque no sé por dónde, y cuyas palabras sin sonido aparecen mágicamente en mi mente desde siempre. En su escucha estaba yo cuando se abrió la puerta que daba a la calle Rivadavia y ella apareció.
Lamenté que le tocara la parte más difícil, ahora debería identificarme. Cierto que esto no podía resultarle demasiado complejo tratándose de mí, único ser presente que portaba una entrecana barba; detalle puntualmente indicado en la previa descripción de mi apariencia. No obstante, interesante sería observar, de reojo claro está, que método pondría en práctica ella para hacerlo discretamente, pues aunque uno, respetuoso de los promedios estadísticos, ya resignadamente excedido de la mitad de la vida, ejerce la comprensión que estas situaciones pueden generar en sus semejantes.
Agradablemente sorprendido pude comprobar que la dama en cuestión se plantaba en la entrada, y con una valiente inseguridad, paneaba sector por sector del establecimiento en mi búsqueda. Debo reconocer que aún más me alegró observar que la imagen, que de ella me habían realizado, se encontraba muy superada por la realidad de una atractiva figura femenina; precisamente destacada por los ajustados jeans que, pese a los taintantos que se suponía traía encima, le sentaban de maravilla. Hasta acá todo bien, me dije, antes de que el tipo de siempre me injertara alguna duda.
Con una tímida sonrisa de blancos dientes, y un muy suave contoneo de caderas se acercó a la mesa en la cual me encontraba. Un rápido beso, excitante aroma a perfume y cosmética, más sonrisas; y yo, que me coloco detrás suyo para arrimarle la silla, recibo el regalo de una mirada de traslúcido color miel. Hermosos ojos aquellos que se sorprendían con agrado ante una gentileza ya en desuso. -¡Grande Tito!-, no pude evitar el congratularme silenciosamente con lo acertado de la táctica en empleo. En cuanto al apodo,  bueno, en realidad mi nombre es Roberto, “Tito” es algo que suelo utilizar en la intimidad conmigo mismo; pero solo cuando estoy de buenas.
Justo antes de que echara mano al plan alternativo, mismo que guardara como precaución ante un posible incumplimiento del pibe que vendía las flores, este se presentó como salido de la nada. Entregó a mi compañera el bonito bouquet, que por encargo hubiera preparado para la ocasión, y salió disparado hacia su puesto en la otra esquina de la plaza. -¡Todo perfecto!-. Pero esto me lo dije más tarde, pues en ese momento me encontraba absorbido por el esfuerzo de lanzar con regularidad abundantes feromonas, potenciadas ellas, por algunas frases neorrománticas de mi personal creación.
A los pocos minutos de entablado un dialogo que, rápidamente fue abandonando la acostumbrada rigidez de la cautela, estábamos ya en buen uso de una ascendente confianza. Nos íbamos relajando en el descubrimiento de coincidencias y afinidades. Aparentemente, mi aspecto soleado, y el oneroso reciclaje dental no se contradecían con sus gustos sobre el particular.
Pasado un cierto tiempo, hasta el tipo de siempre estaba entusiasmado y me sugería acciones, que aquí no voy a reproducir, y a las cuales en lo absoluto me oponía, solo que consideraba propio ejercitarlas algo más adelante.
Según la tradición indica, nadie avanza demasiado en la primera cita, de forma tal que luego de hora y media de charla, y en previsión de que decayera el nivel del intercambio, propuse un nuevo encuentro para el día venidero, a lo cual mi agraciada interlocutora accedió, no sin de tomarse unos instantes, pero solo los adecuados a las normas culturales aún vigentes.
-Bueno Esteban- me dijo, -será entonces mañana a la misma hora-. Yo sentí como si algo me succionara todo contenido cerebral, y solo escuchaba al tipo que gritaba como loco. ¡Esteban!, te llamó “Esteban”.
-Esteeee... , será un gran gusto Marta, pero mi nombre es Roberto-. -¿Cómo?, ¿Roberto?- dijo, en tanto el color de su tez se acercaba al bermellón -Y, y yo, yo soy María Cristina. ¡Esto es realmente vergonzoso!, ¡he estado hablando de mi vida con una persona desconocida!- y agregó, –ese tal Esteban también era un desconocido, y ¡AHORA VEO QUE ME HE EQUIVOCADO DE DESCONOCIDO! ¡Esto me ocurre por acceder a una cita a ciegas! Le pido excusas, (-¡sonamos!- dijo el tipo, -¡te está tratando de usted!-) comprendo que estaba esperando a otra persona-.
Mientras se esforzaba por contener las lágrimas producto de la bochornosa confusión, salió corriendo del salón sin que yo nada pudiera hacer. Quizá alguien menos anticuado, o menos choqueado, la hubiera seguido para tratar de recomponer la situación, tal vez Esteban, pero no el idiota de Roberto.
Me senté nuevamente tratando de presentar un blanco menor a las curiosas miradas de los parroquianos que poblaban el lugar. El ramo de flores era la evidencia en mi contra en el recién abierto expediente de María Cristina contra Roberto. Asunto que, pendiente de carátula, se iba agravando con las acusaciones del tipo; dado que, según él, era yo  pasible de la pena capital, cuanto menos. Cuando me pareció que pocos continuaban distrayéndose con mi presencia, tome las flores y las coloqué en la silla contigua, ya fuera del radio de las observaciones indiscretas.
Ocupado en ejercitar un convincente disimulo en medio de mi creciente decepción, veo que el viejo mozo de esa plaza se planta delante de mí. El buen hombre dudaba en como largarme su recado. Finalmente, hilvanando ideas, esgrime mi nombre a título de pregunta, una vez constatado el mismo, me dice que una dama estuvo buscándome, aunque sin seguridad sobre mi identidad. En caso de ser yo quien ella suponía, él debería informarme que “la señora Marta se había marchado al verme en tan buena compañía. Yo, sobrepasado por los acontecimientos, le agradezco con una sonrisa de muñeco de feria. El hombre comienza su retirada, cuando el tipo de siempre me inocula la pregunta que sale de mi boca.
-Perdón. Dígame, ¿como era esta señora?-
-Bueno, se trata de una persona algo “gordita” y bastante mayor que la señorita que conversaba con usted-, responde con picardía el mozo. El tipo gritaba cosas como: tarado, papelón, tarado, vergüenza, tarado, y demás por el estilo.
La décima parte de mí, única que quedaba indemne, asumió la conclusión del asunto, obteniendo del abnegado servidor gastronómico la precisión de que otro barbado individuo había estado ubicado en las cercanías. Parece que el hombre, que se encontraba retrasado y un tanto nervioso, se interesó por saber si alguien había preguntado por “Esteban”. Al decir del mozo, nos observó por un rato y luego partió, aún más inquieto que en su arribo.
Cruzando la plaza rumbo a mi casa, en un éxodo multitudinario de frustrantes pensamientos que, lamentablemente conmigo se venían, aún pude escuchar al tipo. El desgraciado, apretujado como estaba en un rincón de esta mente superpoblada, intentaba hacerse oír en medio del griterío pregonando su “graciosa” tergiversación del famoso principio algebraico.  
-“María Cristina y Roberto, Marta y Esteban,... como producto del desorden de los factores, resultaron todos alterados”-.

                               Filemón Solo

martes, 7 de febrero de 2012

JUAN Y PINCHAME FUERON AL RÍO...


...Bueno, que solo quedó Pinchame. Y quedó solo, porque no se ahogó. Lamentamos lo de Juan, pero así son las cosas. Como consuelo de todos los Juanes diremos que está muy acompañado. No bien, pero sí mucho. Eso para los Juanes que decidieron ahogarse.

En realidad no es que se hayan planteado la alternativa de perecer, o no, en el medio acuoso. Muy por el contrario, no hubo planteo alguno. Solo se dejaron arrastrar por la corriente. Así son los Juanes.
Pinchame, que es obviamente muy agudo, no tiene nada
de obtuso y quizá por elegir ser recto, no dejó, deja, ni
dejará que corriente alguna se lo lleve para donde a ella le
convenga. Observó, y lo hizo desde temprana edad, que difícilmente se hayan destacado héroes colectivos, mesías en grupo, o tiranos en equipo, que, aún dentro de la apariencia de unidad “cada uno es cada cual” y que a nadie con personal criterio le acomoda “la masa”. Recurrió a la consulta del vademécum de la lengua (la nuestra, of course) : el diccionario de la RAE, y este le informó que masa es un/a:



8. “Gran conjunto de gente que por su número puede influir en la marcha de los acontecimientos. LA masa

9. “Muchedumbre o conjunto numeroso de personas. U. m. en pl. Las masas populares

10. “Natural dócil o genio blando. U. siempre con un epíteto que exprese esta cualidad”


Visto lo cual, volvió a observar que: “Siendo La masa un conjunto de gente que, en gran número, puede influir en la marcha de los acontecimientos, una muchedumbre naturalmente dócil”, bien pudieron esas masas populares ser las que se apasionaran en el coliseo romano, optaran por Barrabas (que no significa “barras bravas”), y dejaran a Jesús librado a su suerte, o, siglos mas tarde, causaran desmanes a la salida de algún “encuentro deportivo”, y aún dentro de los actuales coliseos para masas. Pareciéndole que fueron ellas las que, siguiendo dócilmente a los interesados (en todas las acepciones del término) en contar con su irreflexivo apoyo, nos hubieron sumergido en aguas similares a las que ahogaran al pobre de Juan, bueno, que decidió que sería un tipo algo raro: él mismo.

Consecuentemente se quedó solo. Pero, ¡atención!, que habitando sus propias soledades existes muchos otros Pinchame, y pudiera ser que en algún afortunado día sean mayoría. Porque reunirse en mayoría no obliga a “amasarse”.¿La diferencia?, solo el discernimiento.





Filemón Solo













viernes, 3 de febrero de 2012

PENSAMIENTOS

Lo que hace a algunas vidas monótonas, son aquellos que las viven

El mejor sitio en donde esconder nuestros secretos es el desinterés ajeno

Hay quienes logran componer una gran sinfonía de amor solo con las notas sueltas de pequeños sentimientos

jueves, 2 de febrero de 2012

EL ESTABLO

El animal llega al establo
Es costumbre cotidiana
Las paredes desmontadas, la obra en marcha
Se incomoda, no comprende

El granjero ama a su rumiante
La construcción del nuevo establo solo dista unos pasos
Primero se destruye, para poder construir
El granjero lo ve
La vaca también, pero no comprende

Esa tarde no hay leche
La familia no la tendrá
Esto por hacer un nuevo establo
El granjero lo sabe, pero no comprende

La vaca nota que ya no está su establo
El granjero también
A la vaca le falta algo que el granjero le ha sacado
La vaca no sabe por qué
El granjero sí

El granjero desea darle algo mejor a su vaca
La vaca no puede imaginar algo mejor
Esa mañana hay malestar, pero no leche
El granjero sabe que es un tiempo

Todos sufren los resultados
Tanto gentes como vaca
Esto es el efecto
La causa es la destrucción del viejo establo

Pronto será la nueva causa
El nuevo establo
La vaca aceptará, pero sin comprensión
Luego dará más leche
Nuevo efecto acorde a la intención

Un día
La vida destruye una posesión del granjero 
Él se molesta, no comprende
A pocos pasos algo mejor se construye en su vida
La vaca no lo ve
El granjero tampoco, y no comprende
La causa es la destrucción de la antigua posesión
Pronto será la nueva causa

La vaca no supo agradecer, distraída en su ignorancia
El granjero tampoco, y también.

                                  Filemón Solo

ESTRELLAS FUGASES


Hoy he visto unos ojos
que colmaron mi estupor
Ocultando mi pudor,
me quite los anteojos

Y volví por esa mirada,
sujetando el aliento     
Ella, por un momento,
¡también me observaba!

Maldiciendo la llegada
del tren a la estación,
allí quedo la ocasión,
con mi alma frustrada

Viendo que la ilusión,
en un segundo creada,
se bajaba en la parada,
tras la dama en cuestión         

Observando su figura,
caminando por el andén,
supe “perdido el tren”,
y volví a mi lectura

Preguntándome el porqué,
esta vida nos presenta,
sueños que no alienta,
de lo que pudo, y no fue

Bellas estrellas fugaces,
cruzando nuestro cielo
Queremos seguir su vuelo,
pero no somos capaces.

Filemón Solo

miércoles, 1 de febrero de 2012

EL AMOR EN LA PARADA

Jamás existirán dos -o más- cosas, situaciones, ni nada, iguales entre sí. Pero pudiera ser que estos versos nos recuerden algo.


                                      EL AMOR EN LA PARADA

El transporte retrasado
Yo, paseando la vereda
Con recuerdos cansados,
distraigo la larga espera

Allí, solo en la parada,
de pronto noto acercarse,
una sombra delicada,
y dudando si quedarse

Añorando el reposo,
quedo mirando al cielo
Cuando un ahogado sollozo,
interrumpe mi vuelo

Observo con discreción,
su rostro en el pañuelo
Brotando del corazón,
la lluvia del desconsuelo

Va pasando el tiempo,
-nunca he esperado tanto-
Exalta al sentimiento,
el llamado de su llanto

Y decido aproximarme,
urgido a decirle algo
Me aleja sin mirarme,
con brusco gesto amargo

Confundido por el rechazo,
retorno a mi rutina
En tanto rápidos pasos,
suenan desde la esquina

Hombre joven que apurado,
observa a mi compañera
Suspirando aliviado,
al ver que aún espera

Se le aproxima con prisa,
y con solo dos palabras,
troca su llanto en risa,
como en un “abracadabra”

Y se pierden confundidos,
ambos en un abrazo
El amor ha intervenido,
-por lo menos en este caso-

Notando su presencia,
allí le lanzo un ruego
“Hay brillo de tu ausencia”,
en esta vida que llevo

Contestando a mi corazón,
que hubo quien me amara
Y en similar ocasión,
permití que se alejara


Filemón Solo