martes, 18 de diciembre de 2012

EFEMÉRIDES


Será que prevalece la modalidad conceptual de mediados del siglo veinte como rémora que uno arrastra, pesadamente, entre estas ágiles novedades de la nueva centuria. Pudiera ser también que este observador sea un crítico consuetudinario, más allá de los tiempos. Pero existen eventos que los congéneres festejan, y que forman inseparable parte de su calendario anual y gregoriano. Estos acontecimientos rememoran situaciones muy caras al sentir nacional, lugareño o universal, según el caso. Ahora bien, posiblemente la estreches de las neuronas que esto dicta, no permita el ingreso a la comprensión del porqué de la aparición de distintos protagonistas actualizando el festejo de los antiguos sucesos. Igualmente injustificada es la aceptación de nuevos y exógenos personajes estacionando su localidad en nuestra cochera.

Veamos que para recordar debidamente el nacimiento de N.S. Jesucristo colgamos medias (calcetines), engalanamos un arbolito (pino, excluyentemente, y no abeto) y aguardamos que en la noche del 24 de diciembre descienda, ya no la gracia divina, sino un obeso ser híbrido abrigado por un atavío rojo, quien lo hará hábilmente por el conducto de la chimenea del hogar. No se preocupe, en caso de no poseer este adminículo en casa, el mítico descendiente de un extinto gnomo nórdico <cuyo nombre no recuerdo, y tampoco me importa>, encontrará la forma de colarse por alguna ventana.

El personaje en asuntos gusta portar una bolsa provista de regalos para los niños. Nuestros niños, a quienes les estamos practicando un lavado de tradiciones mediante el implante de una contaminante y vacua extranjería.

Para una mejor efectividad en esta obra de reprogramación, denominamos al tipo con el calificativo de “santo”, pero en femenino, o lo enaltecemos con un íntimo “papá”.

 

Esto se continúa con el conceder presencia a una “noche de brujas” de la que pocos conocen su procedencia, aunque todos la asuman originaria de un país del norte de América, con representatividad, precisamente, local. Circunstancia que obviamos en seguimiento de las inquietudes mercantiles de algunos interesados en hacernos “celebrar” cualquier cosa que involucre un cambio de radicación de nuestros billetes a sus bolsillos.

 

Recientemente ha arribado a nuestras amplias costas dispuestas a recibir “a todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino” un santo europeo, en cuya particular conmemoración se realizan abundantes libaciones alcohólicas. ¡Y ahí vamos nosotros! a beber fraternalmente a su salud. En tanto aguardamos que los importadores de ajenos mitos y leyendas nos continúen inundando con sus productos, en nuestra inveterada costumbre de comprar cualquier cosa, tal lo ya ocurrido con los chiches asiáticos.

 

Para los cristianos, la pascua de Resurrección conmemora precisamente eso: La resurrección de N S Jesucristo. Para lo cual la alegoría de los huevos de chocolate, escondidos u entregados <según los gustos> por pícaros conejos, se me hace un tanto descabellada y evidentemente irrespetuosa. No para su actor, quien, seguro, se encuentra más allá de las presentes tonterías, pero sí para los creyentes en esta doctrina, que bien deberían notar la desnaturalización de tan fundamental recordatorio; en lugar de dejarse seducir por estas “tentaciones” de chocolate”.

El caso es que esta costumbre sí viene con su historia. Los antiguos cristianos, tenían vedado en tiempos de cuaresma la ingesta de alimentos cárneos, lácteos y también los huevos. Aparentemente almacenaban estos últimos en espera del domingo de pascuas, oportunidad en la cual los repartían entre el resto de su comunidad, la cual, deberíamos suponer, estaría igualmente colmada de estos productos. Tiempo más tarde surgió la costumbre de decorarlos, así como la figura del conejo, aunque lo apropiado hubiera sido una gallina, con la función de esconderlos en los jardines para ser encontrados por los niños.

Siendo evidente que el cacao es originario de América, la “creación” de los huevos de chocolate es relativamente moderna en relación al origen del acontecimiento en asuntos. Resulta, y ahí vamos de nuevo, que esta es una usanza sajona que nos llega, una vez más, desde el norte.

Lo lamentable, tanto para este caso como para el de la natividad, es que las figuras sin importancia posteriormente surgidas, han devenido en representaciones centrales de las celebraciones, desplazando en la práctica de las mismas a Quien les hubo dado origen.

Respetuosamente, sugiero que nos dejemos de todo tipo y forma de “huevadas”. Mandemos de vuelta a casa al gordo abrigado, a las brujas, al santo del alcohol y a los conejos que esconden huevos de chocolate, rescatando nuestras propias raíces e instruyéndonos sobre el significado de “cada feriado”.

 

                            Filemón Solo

 

 

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