jueves, 31 de mayo de 2012

¡A SEGUIR PARTICIPANDO!

  

 ¡Aterradora esta condena a la soledad de una eterna búsqueda de lo inasible! ¡Peor todavía es el notar que los materiales, esos que solemos emplear para consolidar nuestros supuestos logros evolutivos, son simple utilería. Debilidad puesta de manifiesto ante cualquier moraleja a extraer del acertijo de causa y efecto. Caso en el cual la tarima, trabajosamente construida en procura de la elevación sobre uno mismo termina en tierra y ahora sobre el ánimo del iluso que creyó haber comenzado a procesar la solución.
Observo tres tipos de actitudes ante estas disyuntivas. La primera, y de uso generalizado, es la adopción de distintos grados de prescindencia. Se opta, no siempre racionalmente, por no involucrarse en una búsqueda comprometida bajo el amparo de una superficialidad que otorga la seguridad de la ignorancia. La segunda, suma una cantidad muy reducida de adeptos que, en uso de herramientas muy mal templadas, intentan denodadamente obtener respuestas que satisfagan a la particular lógica de un pensamiento filosófico creado a esos efectos.
Pero un tercer modo, aún en ciernes pese a su antigua data, se destaca por preconizar una trascendencia sobre estos confusos elementos que, en mayor o menor grado, contienen alguna porción de racionalidad. Estas conciencias pretenden elevarse por sobre dichas cuestiones, accediendo a campos de conocimiento que manejan otros parámetros de compulsa. Abandonan el uso de la común percepción, dejando con ello los insolubles cuestionamientos de la mente, ante el intento de acceder a niveles donde el ingreso a otro tipo de conciencia los demostraría absolutamente superfluos en su precariedad.
Las alternativas a la mano serían: a) Abroquelarse en la suposición que todo “puede” estar mejor sin considerar el porqué de esta mejora ni los métodos para su obtención.
b) Aceptar la congénita inquietud de modificar las situaciones imperantes, pero mediante el estudio de ellas mismas. Loable intento que se postula condenado al fracaso al condicionarse al uso de los mismos mecanismos que pretende explicar.
c) Parte de la premisa de que lo existente debe ser trascendido. Siendo esta una labor liberadora del encierro en que hemos devenido por diversas causas, pero siempre con la encomienda de hallar un escape hacia otras realidades “más reales”.
El expedicionario imparcial, quien obligadamente ha integrado la primera, buscado más tarde en la segunda, y decidido finalmente por la tercera, presenta ante sí mismo el desesperanzado cierre de experiencias. Nadie que haya agotado las dos primeras limitaciones podrá volver atrás. La ignorancia, tal como la inocencia, solo se pierde una vez, pero a diferencia de esta, no representa un acto aislado, sino una decisión de futuro.  
Ahora bien, el salto quántico  que se presenta como indispensable para la obtención de una conciencia suficiente y permanentemente ampliada, requiere, al parecer, de una cantidad de condiciones previas que no son fáciles de percibir en su tenencia. Razón por la cual quienes se embarcan en esta corriente, suelen descender en cualquier puerto de límbica soledad. Desterrados de ningún lado, y en espera de una ayuda “extra” que les permita reembarcase hacia una dirección que tiene solo un sentido, se los puede ver luciendo las mejores intenciones de que son capaces, en la entrega de algún humilde servicio al prójimo de él necesitado. Por otro lado no pueden disimular ante a sí mismos la fragilidad e incertidumbre en que sus vidas continúan estacionadas.
Lo notable es que siendo la magnitud de las obras el parámetro en uso para confrontar el “grado” de su realizador, abundan los ejemplos de aquellos que, habiendo efectuado inmensas e inobjetables ejecuciones tendientes al bien común, no encontraron en su camino personal la anhelada paz, ni tan siquiera el sencillo dominio sobre el sufrimiento.

Sí, nada es lo que aparenta. Y no lo es porque esa apariencia responde a nuestra percepción de la cosa en estudio. Ergo: no presenta el Universo un algo engañoso con el solo objeto de sumirnos en la confusión, sino que su realidad radica excluyentemente en su esencia. En la de él y en la nuestra. Pero continuamos ante la incógnita de cómo acceder al “Santo Sanctórum”.
Es seguro que muchos han descubierto en sí mismos el escape desde este minoico laberinto, pero lo interno es intransferible. Y en verdad que se nos ha confirmado su existencia; y eso es...esperanza. ¡Ánimo!, y a seguir participando.

                                   Filemón Solo


                                             

                                                                 


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