¡Aterradora
esta condena a la soledad de una eterna búsqueda de lo inasible! ¡Peor todavía
es el notar que los materiales, esos que solemos emplear para consolidar nuestros
supuestos logros evolutivos, son simple utilería. Debilidad puesta de
manifiesto ante cualquier moraleja a extraer del acertijo de causa y efecto.
Caso en el cual la tarima, trabajosamente construida en procura de la elevación
sobre uno mismo termina en tierra y ahora sobre el ánimo del
iluso que creyó haber comenzado a procesar la solución.
Observo tres tipos de actitudes ante estas disyuntivas.
La primera, y de uso generalizado, es la adopción de distintos grados de
prescindencia. Se opta, no siempre racionalmente, por no involucrarse en una
búsqueda comprometida bajo el amparo de una superficialidad que otorga la
seguridad de la ignorancia. La segunda, suma una cantidad muy reducida de
adeptos que, en uso de herramientas muy mal templadas, intentan denodadamente
obtener respuestas que satisfagan a la particular lógica de un pensamiento
filosófico creado a esos efectos.
Pero un tercer modo, aún en ciernes pese a su antigua
data, se destaca por preconizar una trascendencia sobre estos confusos elementos
que, en mayor o menor grado, contienen alguna porción de racionalidad. Estas
conciencias pretenden elevarse por sobre dichas cuestiones, accediendo a campos
de conocimiento que manejan otros parámetros de compulsa. Abandonan el uso de
la común percepción, dejando con ello los insolubles cuestionamientos de la
mente, ante el intento de acceder a niveles donde el ingreso a otro tipo de
conciencia los demostraría absolutamente superfluos en su precariedad.
Las alternativas a la
mano serían: a) Abroquelarse en la suposición que todo “puede” estar mejor sin
considerar el porqué de esta mejora ni los métodos para su obtención.
b) Aceptar la congénita inquietud de modificar las
situaciones imperantes, pero mediante el estudio de ellas mismas. Loable
intento que se postula condenado al fracaso al condicionarse al uso de los
mismos mecanismos que pretende explicar.
c) Parte de la
premisa de que lo existente debe ser trascendido. Siendo esta una labor
liberadora del encierro en que hemos devenido por diversas causas, pero siempre
con la encomienda de hallar un escape hacia otras realidades “más reales”.
El expedicionario
imparcial, quien obligadamente ha integrado la primera, buscado más tarde en la
segunda, y decidido finalmente por la tercera, presenta ante sí mismo el
desesperanzado cierre de experiencias. Nadie que haya agotado las dos primeras
limitaciones podrá volver atrás. La ignorancia, tal como la inocencia, solo se
pierde una vez, pero a diferencia de esta, no representa un acto aislado, sino
una decisión de futuro.
Ahora bien, el salto
quántico que se presenta como
indispensable para la obtención de una conciencia suficiente y permanentemente
ampliada, requiere, al parecer, de una cantidad de condiciones previas que no
son fáciles de percibir en su tenencia. Razón por la cual quienes se embarcan
en esta corriente, suelen descender en cualquier puerto de límbica soledad.
Desterrados de ningún lado, y en espera de una ayuda “extra” que les permita
reembarcase hacia una dirección que tiene solo un sentido, se los puede ver
luciendo las mejores intenciones de que son capaces, en la entrega de algún
humilde servicio al prójimo de él necesitado. Por otro lado no pueden disimular
ante a sí mismos la fragilidad e incertidumbre en que sus vidas continúan estacionadas.
Lo notable es que siendo la magnitud de las obras el
parámetro en uso para confrontar el “grado” de su realizador, abundan los
ejemplos de aquellos que, habiendo efectuado inmensas e inobjetables
ejecuciones tendientes al bien común, no encontraron en su camino personal la
anhelada paz, ni tan siquiera el sencillo dominio sobre el sufrimiento.
Sí, nada es lo que aparenta. Y no lo es porque esa
apariencia responde a nuestra percepción de la cosa en estudio. Ergo: no
presenta el Universo un algo engañoso con el solo objeto de sumirnos en la
confusión, sino que su realidad radica excluyentemente en su esencia. En la de
él y en la nuestra. Pero continuamos ante la incógnita de cómo acceder al
“Santo Sanctórum”.
Es seguro que muchos han descubierto en sí mismos el
escape desde este minoico laberinto, pero lo interno es intransferible. Y en verdad
que se nos ha confirmado su existencia; y eso es...esperanza. ¡Ánimo!, y a
seguir participando.
Filemón Solo
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