jueves, 26 de abril de 2012

"ECORREA"


Dedicado a “nyc´s” y “vyq´s” de lo que fuera El Bolsón (RN) -2005-

“Ecorrea”-La epidemia que llegó a la Patagonia-

 Al tipo se le atraganta la expresión, cualquiera de ellas. Es lo mismo. De hecho son demasiadas las que se agolpan en la garganta pugnando por manifestarse en cada ocasión en que la cosa viene a su mente. Y la cosa es, que la cosa viene todo el tiempo. Ya lo padeció en otros purgatorios (aunque más tarde sean abolidos por la Santa Madre Iglesia), esto en relación con el efecto de la purga, elemento que según la RAE, y nuestra cólica experiencia, es la “Medicina que se toma para defecar”. Muchas manos ajenas se han ocupado de administrarle la fatal cucharadita motivadora de la inevitable evacuación de esperanza.

El tipo, tiempo hace que percibe los conocidos retorcijones premonitorios. El medicamento está, a no dudarlo, haciendo lo suyo. La señora de pelo cano que en la gran ciudad abandonara, entre muchas otras, el hábito de reflejarse más joven que lo que su cabello puede sugerir, no acusa los efectos. El señor que decidió que un sombrero de ala ancha condecía exactamente con el nuevo aspecto que imagina para este ámbito agreste, tampoco evidencia ningún cambio en su sentir gastrointestinal. No se ven reuniones en la salida del “super”, no hay “cartas al lector”, ni largas filas de anhelantes peticionantes aguardando se les atienda, algún día, en la nunca bien ponderada Defensoría del Pueblo.

El tipo ya sabe que la mayor porción de la heterogénea galería de sus circunstanciales coterráneos pertenece al grupo de los respirantes, amplio estrato humano que solo reaccionaría ante el caso que un par de dedos obturen sus fosas nasales. Aunque esta obstrucción solo representaría mudar por la opción de respirar por la boca, no más que eso.

El tipo ya no soporta los espasmos, ni la soledad del dolor no compartido de ver la estúpida depredación que la ilusión colectivizada de “un vivir distinto”, hábilmente ignora: la destrucción de cuanta cosa natural pudiera observar.

Siendo un delirante experimentado, logra visualizar las próximas villas de emergencia, la contaminación, la inseguridad y demás “prebendas” de las catedrales citadinas. En tanto las autoridades pugnan por obtener ese calificativo peyorativo: ¡el de ciudad! “Ciudad de m...” Claro, es distinto ser el funcionario de una ciudad “emergente” que de un Pueblo conciente.

Un día cualquiera, y no cualquiera de ellos, de mañana y no muy temprano, porque eso es cosa de escolares obligados, uniformados obligados, o ancianos desobligados, el tipo toma el mando de la que fuera moderna máquina hace nomás quince años, y se lanza a la ruta. Mientras se aleja va observando como el mocho dedo de la negligencia fue ubicando aquí y allá nuevos pobladores que, con pelo cano y sombreros de ala ancha, colocan su inexperiencia junto con algunos ovinos y/o bovinos, ambos incompatibles con el bosque que han venido a disfrutar; y también a destruir; pero solo un poco. Solo lo suficiente para hacer lugar a la casa.

La casa, el establo, el galpón y... ya que estamos, una pampita para que pasten los animales.

Mientras se dirige al medio de la meseta patagónica donde supone, pobre tipo, que no ha de hallar la destrucción en dos patas ni la burocracia de mil manos, va recordando el hermoso camino del Circuito Chico saliendo de Llao Llao, sin la mancha negra del asfalto que se tragó su poesía junto a los maravillosos árboles que la enmarcaban, ¡demasiados árboles! Recuerda a los lagos Uno y Dos antes de los rápidos del río Futaleufú, ya desaparecidos bajo una represa que mató, entre otras cosas, a la lógica, cruzando el continente con conductores de alta tensión para posibilitar una pujante fuente de cancerígena contaminación justo junto al mar. Mismo mar donde un sinnúmero de oportunas caletas de amplias mareas, proporcionarían abundante energía eléctrica. Luego, la celeste visión del Lacar, impoluto, y a la vera de lo que fuera un simpático pueblito cordillerano. Justo ahí, cuando estaba evocando el episodio de ese otro lago que “fue Escondido” y demás infamifundios, debió interrumpir su dolorosa retrospectiva, urgido como estaba a descender rápidamente del vehículo con apenas el tiempo para desabrocharse el cinturón. 



                                        Filemón Solo





                                                                   

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